El extraño caso de Javier Hernández y ‘Chicharito’

Javier 'Chicharito' Hernández

Javier Hernández está muerto… al menos, metafóricamente hablando. Su lugar, desde hace algunos años, lo ocupa Chicharito, un personaje que fue consumiendo a Javier, después de haberle dado todo en su carrera.

Cuando irrumpió en la liga mexicana, con las Chivas del Guadalajara, lo hizo con estruendo. Poco tiempo después de su debut, se mostró haciendo goles por racimos y se ganó a la afición rojiblanca; mientras iba gestándose el repudio azulcrema. Además de sus anotaciones, el jugador podía presumir un pedigree futbolístico que muy pocos tienen. Hijo y nieto de dos seleccionados nacionales; uno de ellos anotador para el Tri en una Copa del Mundo. Y gracias a los ojos verdes de su padre, le daría nueva vida al apodo que él portara. Así fue que conocimos a Javier ‘Chicharito’ Hernández.

Javier Hernández era ese joven que en los entrenamientos daba todo y más. Era de los últimos en dejar las prácticas, intentando mostrar su valía. Trabajaba su velocidad, sus movimientos y sus remates a portería. Dicha entrega y determinación lo marcarían por buena parte de su carrera.

Chicharito fue ese fenómeno mediático que deslumbró a propios y a extraños. Aquel que marcaba goles imposibles, aquel que se suspendía una eternidad en el aire para rematar. Era aquel del que próximamente se harían canciones que resonarían en los estadios ingleses.

Durante años, Javier Hernández y Chicharito convivieron en una relación simbiótica armoniosa. Eso le permitió al jugador ser campeón de goleo en México, al igual que anotarle a Francia y a Argentina en el Mundial de Sudáfrica 2010. Además, le llenó el ojo al técnico más exitoso en la historia del balompié internacional (al menos, hasta la fecha): Sir Alex Ferguson.

Si algo distinguió al número 14 del Manchester United y de la Selección Mexicana, fue esa entrega, esas ganas de mejorar siempre; esforzarse hasta el último minuto por demostrar su valor. A aquellos que lo consideraban un jugador sin técnica, sin talento y que dependía de la suerte, les mostraba que aún así, podía hacer decenas de goles en el viejo continente.

A medida que las ganas de Javier Hernández daban frutos, la figura de Chicharito crecía más y más. Como cualquier historia, vinieron los problemas. Tras el retiro de Ferguson, Javier y Chicharito quedaron bajo las órdenes de David Moyes, un entrenador que nunca tuvo confianza en el mexicano. Los minutos en la banca crecían y el ánimo de Javier se iba mermando. Pero, el nombre de Chicharito cobraba más peso.

Llegó la oportunidad soñada: llegar al Real Madrid. Los esfuerzos de Javier hicieron que Chicharito alcanzara su máxima gloria fuera de los Red Devils, eliminando al Atlético de Madrid en los Cuartos de final de la Champions League. Sin embargo, el sueño no duraría mucho y tras no conseguir un solo título ese año, los merengues que habían ganado la orejona un año atrás, lo dejaron ir.

Así como una vela tiene su punto más brillante antes de apagarse, así arribó la campaña 2015-16. Su temporada más prolífica, vistiendo los colores del Bayer Leverkusen. Por primera vez, desde su llegada a Europa, era titular constante y mostraba los dotes que lo habían llevado a brillar en aquellas tierras.

No solo anotaba goles, sino que hacía jugadas de un jugador más táctico —incluyendo un gol con todo y bicicleta—. Lo que no nos imaginábamos, era que Chicharito comenzaba a tomar una fuerza mayor, dejando de lado a Javier.

Para la siguiente temporada, Javier Hernández ya estaba desahuciado. Las ganas en los entrenamientos habían desaparecido, su carácter siempre atento y amable daba ya señales de soberbia. Las palabras que antes hablaban de trabajo y superación, ahora brindaban ataques.

La situación del técnico nuevamente no ayudó y su última temporada en Alemania fue para el olvido. La figura de Chicharito ya era reconocida en el mundo entero, pero, sin el trabajo de Javier, su luz iba apagándose cada vez más. Llegó al West-Ham United con una nueva esperanza; un técnico que confiaba en él y una afición —la inglesa— que siempre lo recordará con dulzura. Aún dejaba ver algo de esa entrega, incluso jugando como volante y no como centro delantero, pero, el daño ya estaba hecho.

El ego crecía y su desempeño disminuía. Volvió a encontrarse con Moyes y con largos periodos en la banca. No todo estaba perdido, en los pocos minutos que jugaba, tenía un promedio de gol por minuto muy similar a un Raúl Jiménez que ya despuntaba en el Wolverhampton Wanderers. Las lesiones terminarían por minar más su, ya de por sí, disminuido esfuerzo.

Sin embargo, la cantidad de goles que había marcado con la camiseta de la Selección Mexicana, le dieron el suficiente crédito para poder disputar su tercer Mundial, en Rusia 2018. Fue precisamente en ese año que escuchamos el chillido del monitor, marcando la muerte de Javier. Con solo la careta, le bastó para dar la asistencia más importante en una Copa del Mundo para México —a Hirving Lozano, frente a Alemania—, aparte de un gol fortuito —contra Corea del Sur—, que le permitió alcanzar a Luis Hernández, como máximo anotador del Tri en esta competencia.

A pesar de esos “logros”, resultó evidente que Javier Hernández ya no existía, desde antes del torneo. Aquella fatídica entrevista con David Faitelson, molestó a más de uno. En un principio, su “imaginemos cosas chingonas“, causó dudas, pero, se le daba una oportunidad al jugador, tomando en cuenta que esa es una mentalidad que se espera de un jugador profesional; ir por todo y no conformarse con menos. El problema fue que tras la eliminación ante Brasil en Octavos de final, el mundo se dio cuenta que dicha frase no tenía sustento futbolístico alguno y quedó como un mero sueño al aire.

Meses antes, Chicharito comenzó a confiar en su “coach de vida”; uno de los ingredientes más importantes del veneno que mató a Javier Hernández. Mientras en lo futbolístico se venía abajo, en materia personal, todo comenzó a mejorar para Chicharito. Tan solo un año después del Mundial, nacería su primer hijo, con una reconocida modelo australiana. Tiempo después, pasó seis meses con el Sevilla y con tres goles, parecía que lo volveríamos a ver en esa actitud de lucha y superación.

Al medio año, decidió resolver sus necesidades económicas de por vida. Firmó con Los Angeles Galaxy, por un salario cercano a los USD 7 millones. Durante mucho tiempo, se mencionó que la MLS sería el lugar ideal para el número 14; una liga de menor nivel, con muchos goles y defensas blandas. Sin embargo, no es un lugar para Chicharito.

La figura, el personaje brilló en incontables entrevistas, presentaciones personales, partidos de baloncesto, entre muchos otros eventos. Brilló tanto en otros lados, como desapareció donde debía mostrarse: la cancha.

Ya sea por la pandemia, por el nacimiento de su hija o por supuestas “lesiones”, el mexicano ha jugado un puñado de partidos, anotando únicamente un gol. En todos los demás encuentros, dando pena en la cancha. Otra vez, ni un rasgo de Javier Hernández por ningún lado.

Resultó más evidente que de empezar como capitán del cuadro angelino, haya sido relegado a la banca y para su Clásico, contra el LAFC, de Carlos Vela, ni siquiera fue considerado, una vez más, argumentando una “lesión”.

Ha sido tan decepcionante su paso por el futbol estadounidense, que Chicharito se ha convertido por fin en aquel jugador tan limitado, tan intrascendente que muchos decían que era. Hoy no está Javier Hernández para, con base en esfuerzo, mostrar que hay algo más en él. Inclusive, se ha llegado a nombrarle como el peor fichaje (al menos en la temporada) de la MLS, algo que debe causar alarma, tomando en cuenta que, en su momento, jugadores como Erik “el Cubo” Torres, Omar Bravo y Alan Pulido, han sido figuras.

Ya se habla hasta de su salida del cuadro angelino, de vuelta a las Chivas del Guadalajara. Esto sería un error por parte del tapatío. Si en la MLS no ha podido dar un solo buen partido, en la Liga MX sería el hazmerreír, tomando en cuenta que hoy, su nivel futbolístico está por debajo del de Oribe Peralta (ya no digamos de Alexis Vega o J.J. Macías) por hablar de su competencia en el Rebaño.

Si ha invertido bien los millones que ha ganado en su carrera, Chicharito puede vivir tranquilamente el resto de su vida, sin necesidad del futbol. Dicho sea de paso, el futbol mismo, hoy no tiene necesidad de Chicharito. Pero, aún queda esperanza. A sus 32 años, todavía hay tiempo para traer de vuelta a Javier Hernández. Si las ganas, la actitud de buscar ser mejor vuelven, es posible que dé un par de buenos años y hasta pensar en un cuarto Mundial en Qatar. El problema es que solo Javier Hernández puede salir de la tumba donde Chicharito lo ha enterrado tan profundamente.

Sí hay que imaginar cosas ch…nas, siempre y cuando…

De las frases más recurrentes que he encontrado en redes sociales en la última semana y media han sido: “Ellos no se imaginan cosas chingonas, ellos las hacen” o “no hay que imaginarse cosas chingonas, hay qué hacerlas” y “Mientras ellos hacen cosas chingonas, la Selección Mexicana sigue imaginándoselas”, por supuesto con sus miles de variantes.

Todo esto a raíz de la entrevista de Javier ‘Chicharito’ Hernández con David Faitelson, donde mientras el entrevistador quería dejar en claro que el nivel del Tri no da para siquiera unos cuartos de final, el entrevistado apelaba a un cambio de mentalidad e incitaba a afición, medios y jugadores mismos a ver más allá diciendo: “imaginémonos cosas chingonas, carajo”.

Como muestra de que en México (y varios lados más) lo que digas puede y SERÁ usado en tu contra, a Hernández le salió el tiro por la culata. Tras las derrotas ante Suecia y Brasil, son muchos (incluyendo gente en medios de comunicación) los que han tomado esa frase como lanza para atacar la actuación del seleccionado nacional y sus compañeros en Rusia 2018.

Esto surge especialmente cuando vemos a otras selecciones tener éxito tras pasar por condiciones adversas. Croacia es el mejor ejemplo; no falta aquel que vea el ejemplo croata de llegar a la final en su corta historia como nación y con una población que no llega ni al 5% de los mexicanos que vivimos en el país, para decir que ellos no imaginaron cosas chingonas, las hicieron.

Sin el afán de defender a Hernández, su declaración (que tenía una intención positiva) no fue mala, pero sí estaba incompleta. Por supuesto que Croacia se imaginó llegar a una final del Mundial, claro que Bélgica se imaginó ser de los cuatro mejores del mundo, es evidente que Francia se imaginó volver a pelear por un título mundial. Lo importante es que entendieron que imaginarse las cosas, es solo el PRIMER paso de muchos.

Ninguna selección (equipo, artista, profesionista, científico, etc.) que ha trascendido ha llegado a sus partidos “a ver qué pasa”, a ninguna va a decir “yo vengo a hacer cosas chingonas” y si le preguntas “¿qué vas a hacer?” te conteste, “no sé, yo solo vengo a hacer cosas, no a imaginar”.

Claro que los casos antes mencionados y muchos más se imaginaron cosas chingonas y después, con base en esa visión, hicieron planes, plantearon objetivos y estrategias que los llevaron a conseguir meta tras meta y a fallar en otras. Después hubo que cambiar un poco el rumbo y ajustar, pero a final de cuentas ese gran objetivo que en un principio solo estaba en la imaginación, se alcanza gracias a las acciones que se llevan a cabo posteriormente a la visualización.

Muchas veces se malinterpreta la maquiavélica frase de que “el fin justifica los medios” como que todo es válido para alcanzar una meta, pero su significado real, es que el fin determina la estrategia, los pasos a seguir y los elementos a utilizar para conseguirlo.

Es un absurdo pensar que algo se puede alcanzar sin imaginarlo, sería como querer llegar a un lugar con los ojos cerrados y sin tener una noción de a dónde se tiene que llegar y sin tomar en cuenta el camino que hay que cruzar para llegar. Igual de absurdo es creer que se va a llegar a un lugar solo imaginándolo, sin caminar o sin moverse.

Es por ello que SÍ hay que imaginarnos cosas chingonas, siempre y cuando después de imaginarlas, establezcamos un plan con acciones concretas que nos lleven a conseguir el objetivo y después ejecutar ese plan, con las adecuaciones que sean necesarias a lo largo del camino.